
Si cambia de color el ojo del semáforo
la calle se transforma
lo mismo que si fuera una crisálida
y en el escaparate de la tienda de espejos
contempla una muchacha
su sorprendida imagen
mientras que un caballero
contempla a la muchacha
desde la ventanilla de su auto detenido.
Si cambia de color el ojo del semáforo
la esquina del café donde yo veo
pasar el río agitado de la gente
decide, caprichosa, convertirse en poema
y me obliga a sacar mi libreta de apuntes
y mi amarilla pluma desechable
y escribir para ti esto que estás leyendo,
mientras sueñas que amas a la linda muchacha
que, curiosa y absorta, al mismo tiempo,
se detuvo frente a los ojos niños del poeta
-para ella, por siempre, ajenos e insondables-
ante el escaparate de la tienda de espejos;
que tal vez ya no exista o nunca haya existido;
lo mismo que el semáforo, la calle,
la muchacha, el café y el poeta,
y tú que te imaginas que existes
porque crees que existe este poema
y aquí lo estás leyendo,
cuando en verdad no es cierto que existimos.
Si cambia de color el ojo del semáforo,
sí tú, si yo, si ayer, si hoy y si mañana
y si nunca jamás y si siempre y si nunca
y si lloro y si río y si canto y si grito
y si al fin me decido a creer
que basta con un sorbo
espeso y negro de humeante café
para urdir mundos nuevos y destejer galaxias
y morir y nacer al mismo tiempo
y acariciar el Todo desde la inmensidad
inabarcable y bella de la Nada.
JUAN CERVERA SANCHIS
México D. F., 19 Mayo, 2010