
El jarabe proviene de la seguidilla
manchega, danza de compás de tres
tiempos y de movimientos muy alegres.
En España se le denominó gitano y en
México acabó por adquirir carta de
nacionalidad y, pasado el tiempo, al decir
de Rubén M. Campos, se le identificó “con
la alegría jubilosa de la raza mexicana”. A
lo que añadía el investigador:
“No hay música nuestra que regocije más
el alma que esos sones jacarandosos que
irrumpen en explosión de júbilo al iniciarse
el baile con brío en un preludio en que las
jaranitas de cinco cuerdas, los salterios y
las arpas llevan la melodía alada y gorjeadora,
en tanto los bandolones y los bajos de
armonía se cuatrapean en contrapuntos de
acompañamientos que suenan a gloria”.
El jarabe gitano, antes seguidilla manchega,
se hizo en México tapatío y ampliamente
nacional.
Sabemos que nació en el siglo XV y llegó
a la Nueva España en el siglo XVIII con
harto escándalo, pues inquieto en extremo
con sus letras picarescas a los celosos
custodios de la moral pública y, muy
especialmente, a las autoridades del
Santo Oficio.
La Santa Inquisición de inmediato prohibió
que se bailara el jarabe ya que vio en él
una artimaña tentadora del Diablo para
propagar el pecado entre el pueblo cristiano.
Esto, no obstante, hizo que el pueblo cristiano
de México, viera en el jarabe, en lugar de
una maniobra pecaminosa del Diablo, un
feliz y angelical regocijo.
Fue así que, en contra las prohibiciones,
la gente llana, se aficionara más y más
a tan grata música y a las pícaras letras
que la acompañaban.
Los amantes del jarabe, que eran muchos,
declaraban contra el Santo Oficio no
creer en el infierno y hacían circular de
boca en boca letrillas como éstas:
“Ya el infierno se acabó,/ ya los diablos
se murieron,/ ahora sí, chinita mía,/
ya no nos condenaremos.”
Esto irritaba en grande a los representantes
de la Iglesia y a las autoridades virreinales,
que con gusto hubieran quemado vivos a
los devotos del jarabe, pero eran demasiados,
por lo que no hubo hoguera inquisidora que
los pudiera convertir en cenizas.
El jarabe vino para quedarse, porque,
finalmente, se queda lo que el pueblo
realmente quiere que se quede y no las
minorías instaladas en el poder. Si de
música hablamos.
Se quedó el jarabe, saltándose a la torera
los Edictos que contra él se lanzaron desde
los reductos de la curia enfurecida.
Se quedó y se afianzó en el gusto de la
gran mayoría.
Aún todavía en la época virreinal llegó a los
mejores teatros y así se relata en “El Diario
de México” del año 1770 en donde se dan
los nombres de los sones más en boga
entonces.
Calificado por los temerosos y a su vez
poderosos, en aquellos tiempos, señores
de la sotana, de deshonesto, el jarabe, nadie
pudo erradicarlo por más empeño que
pusieron en ello.
No olvidemos el dicho latino: “Vox populi,
vox Dei”.
Para mayor mofa de sus enemigos hubo
algunos seminaristas que le tomaron el
gusto y surgieron jarabes con letras como
la que sigue:
“Por ti no tengo camisa,/ por ti no tengo
capote,/ por ti no he cantado misa,/ por ti
no soy sacerdote.”
Para quienes lo prohibían el jarabe fue
una locura, un provocador de múltiples
pecados que había que perseguir.
Contra sus perseguidores el jarabe se
fue imponiendo victoriosamente en el
gusto general.
Aceptado por todos no renunció a sus
letras pícaras de ninguna manera.
Volviendo a citar a Rubén M. Campos,
que tan sabrosamente se refiere a él,
recordamos estas palabras suyas:
“Y la jaranita se hace rajas; y el arpa se
carcajea, sintiendo las cosquillitas de
los pellizcos del músico; y la copla se
vuelve jubilosa a cada cambio de ritmo...”
La copla con su pícaro mensaje:
“Ayer me picó un mosquito/ más abajo
de la ceja;/ no le hace el piquete/ si no
la roncha que deja”.
Puritita picardía circulaba por esas letras
que pueblo inventaba, recreaba y celebraba
con el mayor de los gustos y detonante
disfrute.
Hoy, ¡qué pena!, el jarabe parece perdido
y olvidado, si recordamos lo que fue.
Hoy yace acorralado por los ruidos que
algunos llaman y donde las letras han
venido a parar en nada, cuando tan graciosas
eran, y llenas de enjundia y sentido crítico,
las del jarabe. Veamos si no:
“Negrita flor de limón,/ dame de tu medicina,/
para sacarme la espina/ que tengo en el
corazón/ y al suspirar me asesina.”
Sí, la Santa Inquisición no matar al jarabe,
pero la radio, la televisión y el Internet,
y los tiempos actuales, tal parece que sí
lo han reducido a casi el olvido entre las
nuevas generaciones.
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