domingo, 2 de mayo de 2010

EL JARABE SOBREVIVIÓ AL SANTO OFICIO...Por Juan Cervera sanchiz


El jarabe proviene de la seguidilla

manchega, danza de compás de tres

tiempos y de movimientos muy alegres.

En España se le denominó gitano y en

México acabó por adquirir carta de

nacionalidad y, pasado el tiempo, al decir

de Rubén M. Campos, se le identificó “con

la alegría jubilosa de la raza mexicana”. A

lo que añadía el investigador:

“No hay música nuestra que regocije más

el alma que esos sones jacarandosos que

irrumpen en explosión de júbilo al iniciarse

el baile con brío en un preludio en que las

jaranitas de cinco cuerdas, los salterios y

las arpas llevan la melodía alada y gorjeadora,

en tanto los bandolones y los bajos de

armonía se cuatrapean en contrapuntos de

acompañamientos que suenan a gloria”.

El jarabe gitano, antes seguidilla manchega,

se hizo en México tapatío y ampliamente

nacional.

Sabemos que nació en el siglo XV y llegó

a la Nueva España en el siglo XVIII con

harto escándalo, pues inquieto en extremo

con sus letras picarescas a los celosos

custodios de la moral pública y, muy

especialmente, a las autoridades del

Santo Oficio.

La Santa Inquisición de inmediato prohibió

que se bailara el jarabe ya que vio en él

una artimaña tentadora del Diablo para

propagar el pecado entre el pueblo cristiano.

Esto, no obstante, hizo que el pueblo cristiano

de México, viera en el jarabe, en lugar de

una maniobra pecaminosa del Diablo, un

feliz y angelical regocijo.

Fue así que, en contra las prohibiciones,

la gente llana, se aficionara más y más

a tan grata música y a las pícaras letras

que la acompañaban.

Los amantes del jarabe, que eran muchos,

declaraban contra el Santo Oficio no

creer en el infierno y hacían circular de

boca en boca letrillas como éstas:

“Ya el infierno se acabó,/ ya los diablos

se murieron,/ ahora sí, chinita mía,/

ya no nos condenaremos.”

Esto irritaba en grande a los representantes

de la Iglesia y a las autoridades virreinales,

que con gusto hubieran quemado vivos a

los devotos del jarabe, pero eran demasiados,

por lo que no hubo hoguera inquisidora que

los pudiera convertir en cenizas.

El jarabe vino para quedarse, porque,

finalmente, se queda lo que el pueblo

realmente quiere que se quede y no las

minorías instaladas en el poder. Si de

música hablamos.

Se quedó el jarabe, saltándose a la torera

los Edictos que contra él se lanzaron desde

los reductos de la curia enfurecida.

Se quedó y se afianzó en el gusto de la

gran mayoría.

Aún todavía en la época virreinal llegó a los

mejores teatros y así se relata en “El Diario

de México” del año 1770 en donde se dan

los nombres de los sones más en boga

entonces.

Calificado por los temerosos y a su vez

poderosos, en aquellos tiempos, señores

de la sotana, de deshonesto, el jarabe, nadie

pudo erradicarlo por más empeño que

pusieron en ello.

No olvidemos el dicho latino: “Vox populi,

vox Dei”.

Para mayor mofa de sus enemigos hubo

algunos seminaristas que le tomaron el

gusto y surgieron jarabes con letras como

la que sigue:

“Por ti no tengo camisa,/ por ti no tengo

capote,/ por ti no he cantado misa,/ por ti

no soy sacerdote.”

Para quienes lo prohibían el jarabe fue

una locura, un provocador de múltiples

pecados que había que perseguir.

Contra sus perseguidores el jarabe se

fue imponiendo victoriosamente en el

gusto general.

Aceptado por todos no renunció a sus

letras pícaras de ninguna manera.

Volviendo a citar a Rubén M. Campos,

que tan sabrosamente se refiere a él,

recordamos estas palabras suyas:

“Y la jaranita se hace rajas; y el arpa se

carcajea, sintiendo las cosquillitas de

los pellizcos del músico; y la copla se

vuelve jubilosa a cada cambio de ritmo...”

La copla con su pícaro mensaje:

“Ayer me picó un mosquito/ más abajo

de la ceja;/ no le hace el piquete/ si no

la roncha que deja”.

Puritita picardía circulaba por esas letras

que pueblo inventaba, recreaba y celebraba

con el mayor de los gustos y detonante

disfrute.

Hoy, ¡qué pena!, el jarabe parece perdido

y olvidado, si recordamos lo que fue.

Hoy yace acorralado por los ruidos que

algunos llaman y donde las letras han

venido a parar en nada, cuando tan graciosas

eran, y llenas de enjundia y sentido crítico,

las del jarabe. Veamos si no:

“Negrita flor de limón,/ dame de tu medicina,/

para sacarme la espina/ que tengo en el

corazón/ y al suspirar me asesina.”

Sí, la Santa Inquisición no matar al jarabe,

pero la radio, la televisión y el Internet,

y los tiempos actuales, tal parece que sí

lo han reducido a casi el olvido entre las

nuevas generaciones.

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