
Yo amaba a las amapolas que enrojecían los trigales
que, alrededor de mi pueblo, verdecían la voz del aire.
Yo en aquel tiempo ignoraba la clorofila y la sangre.
Yo era un niño saltamontes, un niño desconcertante.
Era un niño, yo era un niño experto en cirros y aves.
Que yo era un niño feliz y enamorado y amante
de las rojas amapolas y de los verdes trigales.
Todo lo inventaba yo y era todo cautivante.
Que era yo un niño, aquel niño, deslumbrado y deslumbrante,
que podía ver la poesía de la luz por un instante.
Un niño que no sabía; que no sabía y no sabe
que, entre las dos Oes del opio, en su alma de niño, cabe
el jardín de la Creación aromado de Dios Madre.
México D. F., 4 Junio 2010
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