domingo, 1 de agosto de 2010

EL ROMANCE O CORRIDO EN MÉXICO

“El corrido es una de las formas más intensas de

la poesía mexicana”, ha dicho con propiedad

Rubén Bonifaz Nuño, el más alto y profundo

poeta del México contemporáneo. Y así es.

Pero vayamos a los orígenes del corrido, es

decir, del romance.

Para Menéndez y Pelayo y Menéndez Pidal,

“los romances, ya por línea recta, ya por línea

transversal descienden de las crónicas, son pues

fragmentos de los cantares de gestas perdidos

por no hallarse escritos.”

Sí, los romances fueron el origen de los cantares

de gestas que más tarde compusieron y cantaron

los juglares, así llamados entonces y que, hoy. en

México conocemos como onda grupera.

¿O es que no son juglares los populares cantores

de la onda grupera?

Los romances en su origen, dado que no existía la

radio y ni la TV, se cantaban en mercados y plazas.

La mayoría de los romances eran anónimos. Sus

temas eran históricos, novelescos, líricos o relatores

de los acontecimientos sobresalientes de la vida

y su entorno.

Fueron recogidos por primera vez en el llamado

“Cancionero de Constantina” a principios del siglo

XVI y salvados del olvido.

Llegaron al Nuevo Mundo con los conquistadores

y tiempos después se les llamó en México corridos.

Antes de nacer como tales y con temas propios, ya,

de la vida y las incidencias surgidas en las nuevas

tierras los romances viejos fueron cantados en la

Nueva España por los nostálgicos soldados de Hernán

Cortés.

En México los viejos romances cambiaron de alguna

forma.

Se hicieron nuevas versiones en orden a las circunstancias

a que tenían que adaptarse las mujeres y los hombres en el

Nuevo Mundo.

Sucedió esto en todo el ámbito de la lengua castellana

del hemisferio americano.

En México los viejos romances se hicieron nuevos

y diferentes y se adornaron, en muchos casos, de

diminutivos. Veamos el llamado “Cuchito”:

“Cuchito, Cuchito, mató a su mujer/ con un cuchichito

del tamaño de él,/ le sacó las tripas y las fue a vender:/

“¡Mercarán tripitas de maña mujer!”

Estas primeras versiones burlescas del romance en

México pierden por completo el carácter de epopeya

que tenían en Castilla-

La realidad en el Nuevo Mundo es totalmente diferente

a la de la estepa castellana, donde “el guerrear diario”

era parte de la vida cotidiana.

En las grandes extensiones del continente recién

Descubierto la visión se transforma y con ella la

temática.

Entre nosotros el viejo romance se hace juego, por

momentos, infantil.

He aquí el titulado “La Pastora”:

“Se durmió la pastora, comió queso el gatito./ La

pastora, enojada, mató a su michito”

Sí, sí, el romance se dulcifica y se infantiliza:

“Hilitos, hilitos de oro, que se me vienen cayendo,/

que dice el rey y la reina/ que cuantas hijas tenéis.”

En esta transformación concurren distancias, a más

de atmósferas mediatas. Por un lado la lejanía la

lejanía misma del virreinato en relación con el reino

y la corona y por el otro el sol y el aire, el clima de

la nueva tierra.

Los romances se aniñan y se cantan en las plazas

Las noches de luna llena y a coro por los infantes.

Lo que fuera ayer cantares de juglares y soldados

son ahora cantinelas de pequeñuelos y mozuelas:

“Yo soy la viudita de Santa Isabel,/ me quieren casar

y no hallo con quien.”

Y es por ahí que se escucha aquello de:

“El piojo y la pulga se van a casar/ no se hacen las

bodas por falta de pan.”

Aparece en lugar del soldado y de la gesta heroica

El señor don Gato “sentadito en su tejado”. O los

romances de miedo:

“Estando durmiendo anoche/ un lindo sueño soñaba:/

soñaba con mis amores,/ soñaba en mi hermosa dama./

de pronto se me aparece/ una figura muy blanca,/

-Eres el Amor?, pregunto./-No, responde, ¡soy la

Parca”.

Y llega la Parca decidida a llevarse la vida entera

por delante.

El romance se ha hecho personal e íntimo. Ya no

son los sufridos guerreros, bajo el fiero sol,

derrotados o victoriosos, los protagonistas. Ahora,

la protagonista es Delgadina paseándose “de la

sala a la cocina/ con vestido transparente” y con

la muerte blandiendo su espada invisible, pero

siempre muy certera, sobre su bella cabeza.

Las versiones del viejo romance en México cantan

el mal de amor:

“Chiquita, si me muriera/ no me entierres en sagrado:/

entiérrame en el arroyo donde me pise el ganado”.

Y se canta aquello de:

“¿Dónde vas, Román Castillo,/ dónde vas, pobre de ti./

Ya no busques más querellas/ por nuestras damas de aquí./

Ya está herido tu caballo,/ ya está roto tu espadín,/

tus hazañas son extrañas/ y tu amor no tienen fin.”

Se canta a la zagala en el campo y se le pide:

“Dame un besito, lucero,/ le dije lleno de afán.”

A lo que la zagala responde, para que veamos que

el ayer, al igual que el hoy, los hechos de la vida

nuestra de cada día no fueron muy diferentes:

“Si con oro me lo pagas/ de luego lo iré a buscar.”

Pues si, si hay oro a la vista, no hay zagala que

luego luego se resista.

El romance en suma, nacido de la guerra y que pasara

por los palacios y las damas emperifolladas, en América

se hace infantil y juego amoroso durante varios siglos,

hasta que con la Independencia y la Revolución, y ya

con el nombre de corrido, vuelve a recorrer y a recobrar

su, digamos, esencia y presencia.

Se endurece de nueva cuenta y canta la lucha del hombre

en armas, desembocando aquí y ahora en los llamados

narcocorridos, que nos remiten a los corridos fronterizos

que nos dejaron testimonios de las acciones y los hechos

de los antiguos y románticos contrabandistas y aquellos

bandidos que robaban a los ricos para socorrer a los pobres,

personajes como José María “El Tempranillo”, en

España y, entre nosotros, Camelia La Texaca o Lino

Quintana y otros muy de hoy, que se sienten “Jefes de Jefes”, y que

y ya tienen sus corridos resonando en las voces de Las

Águilas del Norte y Los Renegados, entre otros intérpretes,

y ya muy bien instalados en la memoria imborrable o, si

usted gusta, en el disco duro del alma popular.

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